• En cuanto esos dedos calientes y tímidos tocan la perilla de la puerta, esta tambalea la madera de la que está hecha cuando es empujada al abrirse. Unos tenis de tela de mezclilla marcaban los pasos más nerviosos que esa habitación recordara. Otros pies, que descansaban sobre un sillón cómodamente en calcetines, se pusieron de pie al verla llegar. Una mano puso un cuaderno y un lápiz sobre un escritorio pequeño y apretó su puño; después lo relajó lentamente. El sonido que despedía la pata del sillón chocando contra el suelo de madera al temblar minúsculamente no era escuchado por ellos dos ahí dentro. No pasó nada en unos segundos. Se veían petrificadamente. El lápiz sobre el escritorio comenzó a rasgarse. La pintura amarilla sobre él se rompía por las fisuras que sufría la madera dentro y hasta el carbón empezó a romperse. No había ningún sonido.

    —¿Qué es no tener a nadie? —preguntó él a ella. Al terminar la pregunta, un mueble de ese cuarto con tapete de cuero comienza a vibrar unos momentos. Ya que regaló silencio, ella contesta.

    —Nada. ¿Qué es un parpadeo?

    El mismo mueble volvió a temblar. El zumbido de las patas de madera daba un sonido como vibrante entre el tapete y el suelo de caoba. El espejo difuminado con soplete que se encontraba en la puerta se rasgó completamente como si una piedra le impactara, pero ni un pedazo de cristal tocó el piso, y como si aquellos estruendos cristalinos viajaran por el aire, un vaso se rasga verticalmente por la mitad.

    —Es perder el tiempo —respondió él.

    Todos los vidrios de esa sala se quebraron y más de los muebles ahí dentro comenzaron a vibrar prolongadamente. Él y ella no dejaban de mirarse. No estaban felices. No estaban tristes. Sólo se veían. Una mirada normal como si se viera algo que ya se reconoce entre neuronas pero que ocultaba algo. Él movió sus labios para hablar y el cuero del sillón más cercano a ella se desgarró, dejando salir algodón casi a presión.

    —¿Qué es un beso? —preguntó el.

    —Son alas, es aire y es sombra —responde ella.

    Cada mueble de esa sala se estampa contra la pared, todos al unísono. Los dos ahí dentro comienzan a sonreír ante lo que pensaban. Afuera en la calle, una grieta comenzaba a formarse entre un árbol que crecía en un cuadrado de cemento, llegando hasta su tronco y partiéndolo como si le cayera la más grande descarga eléctrica de una tormenta. Ella abre su boca y el tapete comienza a romperse, igual que si lo jalaran de cada extremo posible y lo estiraran hasta quebrar sus fibras.

    —¿Qué es una caricia? —preguntó ella.

    —Es romper barreras para quien la ofrece. Es mirar a la única estrella en una noche oscura sin ellas para quien la recibe —respondió él. Un espejo que hacia mirar la espalda de ella, torneada y detalladamente femenina, se quebró mientras se logró denotar como movía sus brazos y juntaba sus manos a su pecho.

    —¿Estamos hablando? —preguntó ella.

    —No —respondió el.

    Se seguían mirando y tenían un cierto desplante de alegría. Todo lo que estaba dentro de ese cuarto es impactado contra las paredes y aplastado lentamente. Entre los sonidos de metal y madera quebrándose, ella camina hacia él. Los pies de ambos se encuentran juntos. Alrededor de ellos, una grieta en la caoba del suelo crea un círculo que toma camino a todos lados. Ella se acerca un poco más y sus pies se estiran, posándose sobre sus dedos, para alcanzar su cara.