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    “MISSY BENDICIÓN” COPYRIGHT 2008
    para Paula Matos

    No era la primera vez que lo veía pasar frente a mi casa. Lo veía a diario, siempre me preguntaba ¿por qué nunca saluda a nadie? ¿Porqué tenía la marquesina llena de estantes con libros?, ¿porqué nadie sabía a que se dedicaba antes de retirarse? Estos misterios nunca los descubriré. Lo que si sé es que me fascinan los personajes de barrios o de urbanizaciones.
    Nací y me crié en una urbanización cerrada, de esas donde para entrar hay que pedir permiso; donde sólo vive gente acomodada, y los personajes son muy pocos. Por eso me encantaba oír a mis padres y abuelos hablar sobre los personajes de sus pueblos. Uno de éstos era Mencio, el Piragüero, que trabajó en la plaza de Aibonito por cincuenta años y que llegó a conocer tan y tan bien a la gente del pueblo que adivinaba quienes eran tus padres y abuelos nada más con ver tus rasgos físicos. Otro de estos personajes era Félix, el Mono. Lo llamaban así porque tenía una carita diminutiva como de mono. Éste era famoso porque era el equivalente al periódico del pueblo, ya que sabía todo lo que pasaba allí a tal punto que algunos decían que se enteraba de las cosas antes de que pasaran. Mi favorita era Liliam, la Muda, quien llegó a hacer tantos sonidos que la gente la entendía como si hablara y una vez se dió cuenta de ésto no dejó de hablar; por eso la apodaron “la muda que más habla”.
    Mi abuelo, quien tiene ochenta y cinco años y es natural de Aguas Buenas, me entretenía contándome cuentos de los personajes de su época en ese pueblo. Estaba Chavolo quien a pesar de ser chiquito y feo tenía seis mujeres en el pueblo. Éste se ganaba la vida en el pueblo dando clases de guiar a los riquitos, que eran los únicos que en los años treinta y cuarenta podían tener un carro. Lo que nunca se supo fue cómo y dónde aprendió a guiar. Otro de estos personajes era Chivato. Éste apodo no nació porque parecía un chivo, sino porque era el “handyman” del pueblo y en esa época a este tipo de trabajito se le llamaba “chivos”. Este nunca aceptó que se le pagara en dinero sino, que se le pagara en “líquidos”. Pero de todos éstos, el que más me fascinaba era Don Papo, el ciego. Éste señor quedó ciego por un accidente que ocurrió donde trabajaba. Aún así seguía como farmacéutico porque en los tiempos de antes se hacían las medicinas mezclando diferentes polvos y él los podía reconocer por el olor. En casos de emergencia, él también trabajaba como dentista, aunque te corrías el riesgo de que te sacara la muela que no era porque él identificaba las muelas malas por el tacto.
    Es por esto que siempre he encontrado los personajes de campo que me mencionan mis padres y abuelos más interesantes que los que yo conocía en la ciudad. En una ocasión hasta planifiqué mudarme a un pueblo pequeño cuando fuera adulta y así poder conocer de cerca alguno de esos personajes.
    Esa noche tuve que ir con mi padre de emergencia a Aibonito, ya que mi abuela acababa de morir. Al llegar allí me encontré familiares y vecinos. De pronto entra un señor en una de esas bicicletas viejas con canasta para repartir periódicos. Saludó a mis padres y a mí me tomó de la mano y me dijo: “Missy… bendición”. Tenía un montón de tatuajes: de Jesús en el pecho, fuego en los brazos, del guasón a cada lado de los hombros y su nombre en el lado izquierdo del pecho. En la cabeza tenía una bandana de la bandera de Japón, en la cual escondía su calva. Era medio gordito, un poco más alto que yo, y se veía joven a pesar de que luego me enteré que tenía cincuenta y dos años.
    Tanto me intrigó este personaje que le pregunté a mi tío quien era. Él me contó que a pesar de que llegó en bicicleta era el vecino del frente. Le conocen por el sobrenombre de Cocó, pero su nombre verdadero es José Martínez y nació en La Perla, pero por razones desconocidas se mudo para Aibonito cuando ya era adulto. Cocó siempre estaba “ajumao”; por lo menos eso es lo que aparentaba. Él no trabaja, ya que esta pensionado por el Seguro Social y se pasa todo el tiempo haciendo diligencias por el pueblo en su bicicleta. Él se mete Don Q con Zanax y Percozec todas las noches para dormir mejor; pero esta mezcla es tan fuerte que le dura todo el día y por esto habla tembloroso casi en traba lengua, incoherente y alto. Fue a prisión dos veces: una por apuñalar a un teniente en la Guerra de Vietnam cuando participó como soldado y otra por agredir a la esposa. La gente lo tiene por loco, que probablemente no tiene educación (nadie sabe si la recibió o no) y como un ser incomprensible. De pequeño le gustaba caminar desnudo por el monte. Demás está decir que tuvo problemitas por sus caminatas. En épocas especiales como Navidad o día de las Madres, Cocó saca su guitarra desafinada y comienza a cantar con gran desentono, bajo los efectos del alcohol y pastillas, canciones alusivas a la celebración. Yo creo que fue en uno de esos dias que lo vi por primera vez.
    Mi tío también me contó que tiene una esposa que siempre pasa por casa de abuela para saludar, ayudar con la comida de abuelo o simplemente estar allí un rato para darse una escapada del ajetreado mundo de su casa. Él me dijo: “Sabrás cuando ella este allí cuando oigas su voz alta y veas a una mujer con un atuendo parecido al de Cocó. Ellos viven en una casa bastante normal de cemento, blanca con terracota con varios adornos. En el patio tienen plantas; en una esquina tienen jaulas de gallos vacías, una casa de perro y piezas de carros. La casa para el perro actualmente esta vacía porque el perro que vivió allí tuvo un mal día y decidió brincar desde el techo sin considerar que estaba amarrado. Rara vez veras un carro de visita; el único que siempre está es el de la esposa, quien rara vez lo saca fuera de la marquesina. Además de eso, de vez en cuando ellos ponen música a todo volumen; sus preferencias- salsa, merengue o reggetón.
    La noche del velorio abuela, Cocó fue el primero en llegar en su bicicleta. Estábamos en una de estas funerarias de pueblo, diferentes a las que yo estoy acostumbrada en la cuidad. Era pequeña; siempre llena de gente- de la presentá y de la que de verdad se le murió alguien; con una cocina siempre llena de pan criollo, queso de bola, chocolate y café. Los cocineros de allí religiosamente hacen asopao de pollo a las ocho de la noche para que el que estuviera allí tuviera que comer y pase la noche calientito. Era necesaria la sopa, ya que esa noche bajó la temperatura en Aibonito a 40º- ¡Santo Dios que frio! Cocó saludó a todo el mundo: hombres, señoras y muchachas. A los hombres les daba la mano y un abrazo con un simple “Bendición”. A las Señoras les besaba la mano y les decía: “Missy…bendición, con el respeto que usted merece.” y a las muchachas las cojía de la mano y les decía “Missy…bendición…que lindas manos usted tiene. Missy usted es bien linda”. Cada media hora le decía a mi mama: “Missy vengo ya mismo, con el respeto que usted se merece” y se iba al estacionamiento a darse un palo de Don Q para aguantar el frio.
    El día del entierro de mi abuela nos fuimos en caravana hasta el cementerio del pueblo y lo vimos a él paseando por ahí en su bicicleta, siendo el primero en fila. Durante la despedida estuvo llorando todo el tiempo. Cuando cargaron la caja hasta la tumba lo perdí de vista, la gente empezó a tirar flores antes de que bajaran el ataúd; y de repente apareció Cocó gritando: “¡Esperen, esperen, antes de que cierren la tumba! Le quiero decir algo a Doña Paula…Missy… usted siempre fue buena conmigo…con el respeto que usted se merece…bendición.”
    Despues de esta experiencia de tres días con Coco, decidí que ya no tenía que mudarme.